domingo, 6 de junio de 2010

Medir el paso del tiempo

Felicidades Mayte

“Cumpleaños feliz, cumpleaños feliz, te deseamos todos, cumpleaños feliz”
He aquí la letra de la canción más universal de todas. En diferentes idiomas, pero con las mismas notas, se ha convertido en la canción más popular del mundo.
Para los seres humanos, el cumpleaños se ha convertido en un acontecimiento muy importante y en un motivo de celebración. Todos conocemos la fecha de nuestro nacimiento, la de nuestros seres queridos y la de nuestros amigos. Y los más cotillas - o aburridos, según se mire - hasta la de los famosos de las revistas del corazón.
El concepto de cumplir años, de tener una edad determinada, está tan asumido en nuestro cerebro que lo vemos como algo natural, pero en realidad es un concepto totalmente artificial, es decir, una invención del hombre, nacida de la necesidad de marcar el momento de ocurrencia de un suceso, de medir el paso del tiempo.

Como todo el mundo sabe, la fecha marcada como el nacimiento de una persona - el mío, el tuyo y el de todos - es el momento en que el planeta Tierra se halla situado en un punto determinado de su órbita alrededor del Sol, y cada vez que vuelva a estar en dicho punto - nunca será exactamente el mismo - será cuando celebremos el cumpleaños.
Evidentemente, es mucho más práctico - y breve - decir: “Hola, tengo 34 años”, que: “Hola, desde que existo el planeta ha dado 34 vueltas alrededor del Sol”, pero al final cumplir años no es otra cosa que contar las vueltas completadas alrededor de una estrella amarilla ordinaria - el Sol - mientras viajamos en este vehículo llamado Tierra. El cumpleaños en sí mismo no tiene significado alguno. De hecho, si dos personas nacieran en el mismo instante, una en la Tierra y otra en un planeta con una órbita diferente, por ejemplo Venus, cuando la de la Tierra cumpliera 50 años, la de Venus cumpliría aproximadamente 81, sin embargo el intervalo de tiempo real transcurrido para ambos es idéntico. Han vivido el mismo tiempo, pero cada uno afirmaría tener una edad diferente, pues cada uno mediría el año en base a las vueltas que realizase su planeta.
Los años - y los meses, y los días, y las horas… - no son nada más que una forma totalmente arbitraria de medir el paso del tiempo. Es la que es, pero podría ser otra, e igualmente válida.

Año y día son los nombres que hemos puesto, respectivamente, a la duración del movimiento del planeta alrededor del Sol - traslación - y sobre su propio eje - rotación -. Desgraciadamente no es posible dividir la duración del año en un número exacto de días. Habría sido muy bonito - y significativo - que la duración total de una vuelta alrededor del Sol fuese igual a un número exacto de vueltas del planeta sobre sí mismo, pero no es así, lo que demuestra la artificialidad de los conceptos.
Durante una vuelta al Sol el planeta gira sobre sí mismo 365,24 veces. Es decir, 365 días, 5 horas, 48 minutos y unos 45 segundos. Por eso cada cuatro años tenemos que añadir un día, originando los años bisiestos. Pero ni siquiera con ese “truco” conseguimos ajustar los valores, y el calendario gregoriano - usado de forma oficial en la mayor parte del mundo en la actualidad - tiene previstos otros ajustes a más largo plazo. Cada 100 años nos saltamos un año bisiesto, a excepción de los divisibles entre 400, es decir, los años 1700, 1800 y 1900 no fueron bisiestos, pero el año 2000 sí. Así se consigue minimizar el error a una media de 26 segundos por año, lo que significa que más o menos cada 3324 años - es posible que este dato varíe debido a la desaceleración de la velocidad de giro del planeta sobre sí mismo - habrá que volver a hacer un ajuste de un día. Apuntadlo en vuestros calendarios: aunque le tocaría, seguramente el año 3324 no será bisiesto.

El concepto de año basado en el movimiento de traslación, y el de día basado en el de rotación es algo ampliamente conocido por todos. Nos lo enseñaron en el colegio.
Lo que tal vez no sea tan conocido es la razón del resto de conceptos usados para medir el paso del tiempo. Si explicáramos a un extraterrestre nuestra peculiar forma de contar y dividir el tiempo seguramente nos miraría con gesto incrédulo. Y es que por muy asumido que lo tengamos no deja de ser un batiburrillo de números y conceptos.
Veamos: dejando de lado grandes plazos de tiempo - como milenios y siglos - los humanos contamos el tiempo en años, que se dividen en 12 periodos o meses de 30 o 31 días, excepto uno de 28, que cada 4 años pasa a tener 29. También utilizamos las semanas, que son grupos de 7 días. Los días los dividimos en 24 horas, con una duración de 60 minutos cada una, y con 60 segundos por minuto. Los segundos se dividen a su vez en 10 partes o décimas, luego en 100 o centésimas, y así sucesivamente con partes cada vez más pequeñas.
Casi nada.
¿Y todo esto por qué? ¿No sería mejor algo más sencillo y uniforme?
Las causas son de todo tipo: históricas, socio-culturales, religiosas e incluso matemáticas.
Una de ellas es la utilización de la numeración en base 12 y en base 60. Hoy en día el sistema numérico más utilizado y al que todos estamos acostumbrados es el decimal o de base 10, pero algunas civilizaciones antiguas, como la egipcia y la sumeria, preferían aquellos sistemas por varias razones. Una tiene que ver con la forma que tenían de contar con los dedos de las manos. Nosotros solemos contar con los dedos hasta diez - podemos contar hasta que nos cansemos, pero siempre en grupos de diez - , pero ellos eran capaces de hacerlo hasta sesenta. Veamos esta ingeniosa forma: con el dedo pulgar de una mano contaban las falanges de los otros cuatro dedos. Como cada dedo tiene tres falanges podían contar hasta doce. Y cada vez que contaban doce con esa mano levantaban un dedo de la otra, así podían contar hasta doce cinco veces, o sea, hasta sesenta. De esa forma los números 12 y 60 pasaron a ser considerados como números especiales, convirtiéndose en referencia habitual para todo tipo de mediciones.
Otra razón para utilizar esos sistemas numéricos era que facilitaban mucho los cálculos en el comercio agrícola y ganadero. Partir diez gallinas en tercios o en cuartos tenía su dificultad - si es que las querías vivas -, sin embargo con doce o con sesenta era mucho más sencillo. Hay que tener en cuenta que el número sesenta es el número menor divisible entre 1, 2, 3, 4, 5 y 6.
Algunas de estas mediciones, con el poder de la costumbre, han persistido hasta la actualidad, como la docena de huevos o la medición de los ángulos - una circunferencia tiene 360 grados, o sea, seis veces sesenta - .
O como tener un día de 24 horas. Con esa forma de contar, no es de extrañar que decidieran dividir el día - entendido como las horas de sol - en 12 partes, y por tanto la noche en otras tantas. Después, cada una de estas 24 partes u horas se dividió en 60 partes más, los minutos. Y estos en 60 partes más, los segundos. Así se ha mantenido hasta hoy. La división de los segundos en partes más pequeñas es un concepto moderno, y por eso se utilizó el sistema decimal creando las décimas, centésimas, milésimas…etc.

El origen de las semanas tiene una connotación religiosa conocida por todos, al menos en las sociedades católicas. Ya lo dice la Biblia: “Dios creó el mundo en seis días y el séptimo descansó”.
Aunque la causa real quizá obedezca más a la observación astronómica. Los primeros astrónomos observaron en el firmamento siete cuerpos celestes. Los más evidentes eran el Sol y la Luna. Los otros cinco eran los planetas conocidos en aquella época: Marte, Mercurio, Júpiter, Venus y Saturno. El origen de los nombres de los días de la semana queda más que explicado. El nombre domingo proviene del latín dies dominicus, que significa el día del Señor, pero ya en la antigua Roma se llamaba dies solis, y se ha mantenido en algunos idiomas, por ejemplo en inglés - sunday, el día del Sol -.

La división del año en 12 meses viene explicada por las fases de la luna. Mientras el planeta da una vuelta al Sol, la Luna da aproximadamente 12,5 vueltas al planeta, una cada 29,5 días. Una vez más los periodos no son exactos, así que un año debería durar doce meses y medio. Para tener un número redondo había que decidir entre 12 o 13 meses. Sin duda en la decisión final algo tuvo que ver de nuevo el sistema en base 12, y por supuesto algo de superstición.
Como curiosidad en la Antigua Roma el año se dividía inicialmente en 10 meses. El año empezaba en marzo, y de ahí los nombres de los 4 últimos meses: septiembre, octubre, noviembre y diciembre, pues eran los meses del séptimo al décimo. Una vez más esto no se adecuaba al año completo y hubo que añadir dos meses más: enero y febrero. Y aunque posteriormente se colocaron los primeros, originalmente estaban al final - por eso el día de ajuste en los años bisiestos se coloca en febrero, porque era el último.


Como vemos, la forma de medir el tiempo es una invención del hombre, y se ha ido creando y modificando continuamente en la historia de la humanidad. No le demos más importancia de la que tiene. Es simplemente eso, una forma de medir el paso del tiempo.

El tiempo de vida es un valioso regalo que nos otorga la Naturaleza, pero su duración es finita, y más bien escasa. Precisamente por eso no hemos de obsesionarnos en medir esa duración. No digo que haya que abandonar esas mediciones, pues son muy útiles y absolutamente necesarias, pero no debemos darle tanta importancia al paso del tiempo. Lo primordial no es cumplir años, sino vivirlos intensamente. Debemos concentrarnos en lo realmente significativo, en aprovechar al máximo el tiempo que nos han concedido, sintiendo, experimentando emociones, desarrollando nuevas actividades que nos permitan evolucionar y crecer como personas. Todos somos diferentes, y cada uno debe buscar aquellas experiencias que le hagan sentir vivo, desechando - o minimizando, pues algunas son inevitables - las actividades rutinarias, esas que nos atenazan y ahogan diariamente, de forma que consigamos demostrar que la vida no se limita simplemente a viajar en un planeta alrededor de una estrella, contando cuántas vueltas completamos. La vida es mucho más que eso. Vivámosla.

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