domingo, 30 de septiembre de 2012

79 días

Hola a todos!! Aquí dejo el enlace de mi nuevo relato. Han sido muchos meses sin publicar nada, así que ya tocaba. Espero que os guste.
79 días

sábado, 19 de noviembre de 2011

El Horóscopo y sus predicciones

Libra: Gastos inesperados lastrarán tu cuenta corriente. Debes liberarte de ellos para sanear tu economía.

Según los astrólogos, al haber nacido el 6 de octubre, mi signo del Zodiaco es libra. Y esto es lo que aparecía el otro día en el horóscopo de un periódico. No es gran cosa, y dado los tiempos que corren, no tiene ningún mérito, pues dicha aseveración podría afirmarse sobre el 90% de la población.

Es sorprendente lo calada que está la astrología en la sociedad. Todos conocemos el signo al que pertenecemos, a pesar de que muy poca gente admite creer en ella y casi nadie conoce su origen. Pero todos, absolutamente todos, un día u otro, hemos leído el horóscopo.
Por curiosidad más que nada.
Y precisamente ésa es la razón del calado de la astrología: la curiosidad innata en el ser humano. Queremos conocer, queremos saber.
Aun así, es increíble que haya perdurado hasta nuestros días sin haber conseguido probar ninguna de las bases sobre las que se asienta. Por eso, la astrología no es una verdadera ciencia, sino una pseudociencia, es decir, una creencia que no se basa en el método científico.

Hace varios miles de años, el ser humano, muy curioso él, miró al cielo y contempló las estrellas.
Pronto se dio cuenta de que los astros influían en su vida: afectaban a las mareas, marcaban el tiempo de las estaciones, de la recolección de las cosechas y los guiaban en sus viajes. Entonces comenzaron a hacer predicciones. Al principio eran muy genéricas, tales como guerras o el futuro de las cosechas. Pero poco a poco se hicieron cada vez más específicas, llegando hasta la aparición de las primeras predicciones sobre la vida de un individuo concreto. Fue el inicio de la astrología.
La astrología basa sus predicciones en la posición de los astros en el momento del nacimiento de cada individuo. En función de qué constelación esté atravesando el Sol en ese instante, se asigna un determinado signo del Zodiaco.
¿Qué significa esto exactamente?

Una constelación es una agrupación de estrellas. Cuando miramos al cielo, los puntos de luz que vemos en una noche clara son estrellas muy lejanas, a una distancia que incluso se escapa de la comprensión humana. Dicha distancia es tan abismal que las estrellas parecen inmóviles (aunque por supuesto no lo son), y forman, observado desde nuestro planeta, un fondo fijo de estrellas sobre la bóveda celeste. Las civilizaciones antiguas observaron el cielo y agruparon algunas de estas estrellas formando las constelaciones.
El Sol, en su camino a través del espacio, sigue una línea que aparentemente atraviesa ese fondo fijo de estrellas, volviendo al punto inicial y repitiendo el camino cada año.
Los astrólogos dividieron ese fondo fijo en 12 partes o constelaciones, y asignaron a cada una un signo zodiacal con el nombre de la constelación que estuviera transitando el Sol en ese momento.
Y esta es una de las claves para comprender la falsedad de la astrología: las constelaciones son una construcción artificial y arbitraria del ser humano, un juego de unir puntos en el cielo para dibujar formas imaginarias. Las estrellas que forman una constelación pueden no tener relación alguna entre ellas, y en muchos casos se encuentran a años luz unas de otras. Las constelaciones no existen en sí mismas, son siluetas virtuales creadas por las civilizaciones antiguas. Ellos unieron las estrellas con líneas imaginarias, y dibujaron un león, un toro o un cangrejo. Si las hemos mantenido hasta hoy ha sido por pura tradición histórica y cultural.
Siendo así, la base de la astrología cae por su propio peso. Pero aún hay más.
Se da la circunstancia que el eje de la Tierra está ligeramente desplazado respecto del plano que marca la órbita alrededor del Sol, lo que ha provocado, con el paso del tiempo, que las fechas durante las cuales el Sol recorre las constelaciones se hayan modificado. El desfase actual es de muchos días, y hasta dentro de unos 23.500 años las fechas no volverán a coincidir con las originales. Por ejemplo, a alguien nacido el 6 de octubre de 2011 le correspondería, según el Zodiaco, el signo de Libra, cuando en realidad ese día el Sol transita por Virgo. Y es más, esa inclinación también ha provocado que durante 19 días el Sol no recorra ninguna de las 12 constelaciones del horóscopo, sino otra. La denominada Ofiuco, un personaje mitológico. De ahí toda la polémica surgida recientemente con la inclusión o no del treceavo signo. ¿Qué pasa con las personas nacidas en esas fechas? ¿No tienen signo zodiacal? ¿Y qué hace la astrología respecto a eso? Obviarlo. Normal, pues incluir ese nuevo signo representaría admitir 2.500 años de engaño.
En fin, existe una larga lista de argumentos en contra de la astrología, pero el poco espacio de este artículo no me permite enumerarlos todos.
Espero que al menos estas breves líneas hayan servido para que mandéis a paseo a cualquier charlatán que os intente leer vuestra carta astral, y que os diga que hoy tendréis un mal día en el trabajo porque vuestro ascendente Venus está en Sagitario, o cualquier chorrada parecida.
No sé si es posible predecir el destino, y no sé si ya está escrito (aunque tengo la esperanza de que no), pero sí sé que la astrología no conoce ni puede conocer la respuesta. Así que por favor no dejéis que influya en vuestro comportamiento, en vuestras decisiones y, en definitiva, en vuestra vida.

lunes, 10 de octubre de 2011

Relatos de manwe: La visión


La inspiración a la hora de escribir un relato llega cuando menos te lo esperas. Cualquier cosa sirve: experiencias propias o de gente cercana, una noticia en el periódico o en la tele, o incluso un simple acontecimiento presenciado en la calle.
En este caso, debo agradecer la colaboración de Silvia Díaz, que aportó la idea original que sirvió de base para este relato.
¡Gracias, Silvia!

La visión

viernes, 8 de julio de 2011

Relatos de manwe: Una broma perfecta


Aquí os dejo mi último relato, una pequeña incursión en el mundo de la intriga, el suspense y el asesinato.

Una Broma Perfecta

domingo, 22 de mayo de 2011

Distancias Cósmicas

Desde el punto de vista de un niño, las distancias y el tiempo parecen mayores de lo que lo son para un adulto. Recuerdo que cuando tenía 6 años, el trayecto desde mi casa hasta el colegio, que debía ser de unos 300 metros, me parecía toda una travesía. Por no hablar de cuando jugando con otros niños en la calle, se nos ocurría ir a inspeccionar otras zonas del barrio, incluso a otros barrios vecinos. Aquello era casi como una expedición, como abandonar nuestro territorio y marchar lejos de nuestro hogar. Hoy, después de haber visitado diferentes países a miles de kilómetros, cuando vuelvo al barrio y veo la distancia real de aquello que nos parecía un gran viaje, no puedo dejar de sonreír.
A medida que vamos creciendo nuestra percepción del tiempo y la distancia va cambiando.
El ser humano, en una escala cósmica, también es un niño que empieza a dar sus primeros pasos, está creciendo, y es posible que de aquí a muchos años, distancias que hoy nos parecen inmensas, no lo sean tanto.

Nuestro propio hogar, la Tierra, ya no nos parece tan grande, y hoy en día viajamos de una punta a otra del planeta en cuestión de horas.
Sin embargo esto no fue siempre así.
No ya el viajar tan rápido de un lugar a otro, como es evidente dados los escasos medios de los que se disponía en el pasado, sino ni siquiera conocer las dimensiones de nuestro planeta. Hoy en día se conocen con exactitud, aunque seguramente si hiciéramos una encuesta, muy poca gente sabría cuál es el tamaño de la Tierra.
¿Tú lo conoces?
Y si no lo conoces, ¿se te ocurre alguna forma para determinarlo sin tener que medirlo literalmente paso a paso?

Pues bien, allá por el año 200 y pico antes de Cristo, o sea, hace la tira de tiempo, un tal Eratóstenes, de la antigua Grecia, hizo exactamente eso: calcular la circunferencia del planeta.
¿Cómo lo hizo?
Pues bien, Eratóstenes sabía que en Siena (antigua ciudad de Egipto) los objetos no proyectaban sombra alguna el día de solsticio de verano. Sin embargo, en Alejandría, donde él vivía, ese mismo día sí que había sombras.
Con esto, unas pocas matemáticas, trigonometría, y algo de ingenio, pudo realizar una estimación bastante exacta de la circunferencia de la Tierra.

El día de solsticio de verano, Eratóstenes midió en Alejandría la sombra de un objeto del cual conocía su longitud. Así, pudo calcular el ángulo con que incidían los rayos de sol en el objeto. Como ese mismo día dicho objeto no proyectaría sombra alguna en Siena, y puesto que era matemático, no le costó averiguar que dicho ángulo era igual al ángulo del arco de meridiano entre Siena y Alejandría. El ángulo resultó ser de 7º. Así, solo necesitaba conocer la distancia entre las dos ciudades, para finalmente, con una simple regla de tres, calcular la circunferencia del planeta.
Calculó que la distancia entre las dos ciudades, aunque hay controversia en cuanto a cómo realizó el cálculo, era de 5.000 estadios (unos 800 Km), con lo cual, si 7º eran 800 km, 360º serían 41.142,86 km.
En la actualidad, el valor admitido para la circunferencia del planeta es de 40.008 kilómetros, lo que significa que Eratóstenes obtuvo un valor con un error inferior al 3%. Toda una proeza teniendo en cuenta la época de la que estamos hablando, con su evidente precariedad en cuanto a instrumentos y tecnología.

Cuarenta mil kilómetros. Ese es el tamaño de nuestro hogar.
La luz da algo más de 7 vueltas al planeta en un segundo, así que no es para tanto.
Para empezar a ver distancias de verdad hemos de mirar a las estrellas. El Sol, nuestra estrella madre, la que nos da calor y nos permite la vida, se encuentra a una distancia media de casi 150 millones de kilómetros.
Una distancia algo mayor, pero que sigue siendo inmaterial en términos cósmicos.
La luz, cuya velocidad en el vacío es de 300.000 kilómetros por segundo tarda unos 8 minutos en llegar hasta nosotros desde el astro rey.
El Sol es la estrella más cercana a nosotros. El resto de estrellas, esos infinitos puntos de luz que podemos observar en el cielo una noche clara y lejos de la contaminación lumínica que nos invade (si no los habéis observado os recomiendo que lo hagáis, es realmente espectacular), se encuentran a distancias muy superiores, por muchos órdenes de magnitud.

La estrella más cercana a nuestro planeta, después del Sol, se conoce como Próxima Centauri, dentro del sistema de tres estrellas denominado Alfa Centauri, a 4,2 años luz de nosotros.
Una distancia considerable para nosotros, pero aún una nimiedad en la vasta inmensidad del Cosmos.

El año luz a veces es fuente de confusión. El propio nombre, al contener la palabra “año”, puede inducir a error, pues parece una medida de tiempo, pero no lo es. Es una unidad de medida de distancias, y la usamos cuando los kilómetros se nos quedan cortos.
Un año luz equivale a la distancia que recorre la luz en un año terrestre, es decir, 9’46728 × 10 elevado a la doceava potencia km = 9.467.280.000.000 km, o sea, casi 10 billones de kilómetros. Esto significa que Próxima Centauri se encuentra a unos 42 billones de kilómetros (sí, un 42 seguido de 12 ceros). Y eso que es la más cercana.

Nuestra galaxia, la Vía Láctea, contiene entre doscientos mil y cuatrocientos mil millones de estrellas. La distancia desde nuestro planeta hasta el centro de la galaxia es de alrededor de 27.700 años luz (277 mil billones de kilómetros).
El diámetro medio de la galaxia es de 100.000 años luz, o sea, un millón de billones de kilómetros o un trillón (un uno seguido de 18 ceros).
Esta distancia sí que empieza a ser no despreciable.


La galaxia más cercana a la nuestra es Andrómeda, situada en el Grupo Local del que la Vía Láctea forma parte. Andrómeda se está acercando a nosotros a una velocidad de 300 kilómetros por segundo, o sea, muy rápido. Rápido según las velocidades a las que nos movemos los humanos normalmente, pero a nivel cósmico viene a ser un paso de tortuga.
El acercarse a esa velocidad plantea que se pueda producir una colisión entre ambas galaxias, pero no os preocupéis, la distancia es tal, que se estima que dicha colisión ocurrirá dentro de unos tres mil a cinco mil millones de años, pues Andrómeda se encuentra a unos 2’5 millones de años luz.



Una estimación en el año 2005 cifró en 500 mil millones el número de galaxias contenidas en el universo visible. No, no es un error, 500.000.000.000 de galaxias como nuestra Vía Láctea.
¿No es alucinante?
Al menos debería servir para hacer una reflexión de humildad y modestia.

Más allá de los Grupos de Galaxias, éstas se organizan en Cúmulos de galaxias, con grandes vacíos interestelares entre ellos. El más cercano es el Cúmulo de Virgo, a una distancia de entre 18 y 20 Mpc (mega pársec).
Para distancias realmente grandes, en astronomía no se usan los años luz, sino los pársecs. Un pársec son 3’26 años luz, y un mega pársec son un millón de pársecs. Por tanto el Cúmulo de Virgo, del que formamos parte, se encuentra aproximadamente a unos 60 millones de años luz (en kilómetros algo así como 600 millones de billones, o 600 trillones). El Cúmulo más cercano a nosotros es el Cúmulo de Coma, a unos 100 Mpc (326 millones de años luz).
A mayor escala, los cúmulos se agrupan en Supercúmulos, una de las estructuras más grandes del Universo, más allá de los 1.000 Mpc (3.260 millones de años luz, es decir, que viajando a la fantástica velocidad de la luz, tardaríamos 3.260 millones de años en llegar).

Visto así, nuestro planeta, con sus 40 mil kilómetros de circunferencia, no parece gran cosa, ¿verdad?

La importancia que nos damos a nosotros mismos es imaginaria, esa creencia de que ocupamos un lugar destacado en el Universo es una ilusión. Por mucho que nos esforcemos es creer que somos especiales, la Tierra no es más que una diminuta roca orbitando alrededor de una estrella ordinaria de tamaño medio, en un brazo de la espiral que conforma la Vía Láctea, una más entre las 500 mil millones de galaxias que existen en el Universo.

Sin embargo, como he dicho al principio, desde un punto de vista cósmico, el ser humano acaba de nacer. Estamos, parafraseando a Carl Sagan, en la orilla del océano cósmico.
Pero no me cabe la menor duda de que, si nuestra especie logra la supervivencia (algo de lo que albergo más dudas), llegará un día en que esas enormes distancias cósmicas sean de lo más cotidiano, y nos lancemos a las profundidades de dicho océano.
Entonces, el ser humano echará la vista atrás y recordará con nostalgia el presente, cuando esas distancias a planetas, estrellas y galaxias cercanas le parecían insalvables, igual que yo recuerdo la distancia desde mi casa hasta el colegio.
Y sonreirá.


Os dejo un enlace sobre el lugar de nuestro planeta en el Universo:
Ese débil punto azul

miércoles, 9 de febrero de 2011

Relatos de manwe: Despertar


Aquí dejo el enlace de mi último relato.
Hay un cambio de género con respecto al anterior. Este sería un thriller de ciencia ficción, por catalogarlo de alguna forma.


Despertar

miércoles, 6 de octubre de 2010

La flecha del tiempo

Nos hacemos mayores. Envejecemos. Todo se debilita y se deteriora. Nada detiene el inexorable paso del tiempo.
Desde el Principio, el tiempo ha seguido su curso, eterno, constante e inmutable, sin que nada ni nadie pudiera afectarle, independiente, un testigo invisible de todo suceso.
Un momento. Quietos ahí.
¿Constante? ¿Inmutable? Einstein debe estar removiéndose en su tumba.

Antes de Einstein se creía en un tiempo con un ritmo constante en cualquier lugar del Universo. Un tiempo absoluto e independiente de los acontecimientos que ocurren y de los observadores de los mismos. Así lo afirmaba Newton y así lo confirmaban sus leyes del movimiento. De hecho sus leyes predecían con gran exactitud los movimientos de todos los cuerpos y aún hoy se utilizan para describir las órbitas de los astros y los planetas, por la manejabilidad de sus fórmulas y su gran concordancia con las observaciones. Una concordancia muy alta, pero no exacta, pues estaba equivocado.


En 1905, Albert Einstein cambió para siempre la concepción que teníamos del tiempo, y hoy sabemos que dependiendo de la velocidad del observador que hace la medición, el tiempo puede transcurrir con mayor o menor rapidez. Cuanto mayor es la velocidad del movimiento del observador más lento transcurre el tiempo. El tiempo deja de ser fijo y pasa a ser elástico: relojes idénticos se pueden atrasar o adelantar unos respecto a otros en función de la velocidad de su movimiento. Y aunque esto sea algo contrario a nuestra intuición, estamos seguros de que es así, pues ha sido confirmado infinidad de veces en diversos experimentos.
No existe un tiempo absoluto en el Universo, un reloj cósmico que mida el tiempo real transcurrido entre dos sucesos, sino que el tiempo depende de la velocidad de movimiento, en definitiva, de la energía (el espacio también se transforma con la materia y la energía, pero eso lo trataré en otro artículo) . Esta es una consecuencia directa de la teoría de la relatividad especial de Einstein, y es uno de los mayores logros de la mente humana: no existe un tiempo real, el tiempo es relativo, y diferentes observadores, moviéndose a diferentes velocidades, medirán tiempos diferentes para un mismo suceso.
Lo que ocurre es que para que esas diferencias se hagan notables, la velocidad ha de ser muy alta. Serán más apreciables cuanto más nos acerquemos a la velocidad de la luz, algo que desgraciadamente está muy lejos del alcance de la tecnología actual.

Pero aunque midamos tiempos diferentes, todos los observadores (tú y yo incluidos) coincidimos en la dirección del tiempo. Y ese es el tema central de este artículo.
Puede ser más breve o más extenso, pero parece transcurrir siempre hacia delante. El tiempo fluye desde el pasado hacia el futuro, pasando por el presente. Imaginamos el tiempo como una línea recta, con el pasado en un extremo y el futuro en el otro. Pero, así como en el espacio podemos movernos hacia arriba y hacia abajo, hacia delante y hacia atrás, en el tiempo existe una única dimensión. A diferencia del espacio, que es tridimensional, el tiempo es unidimensional (y posiblemente también unidireccional).

Para describir este carácter unidimensional del tiempo se suele utilizar el término flecha del tiempo, que fue acuñado por el astrónomo británico Arthur Eddington en 1927. Simbolizamos el tiempo como una flecha, apuntando en la que parece la única dirección posible, hacia delante. Esta direccionalidad es un elemento inherente a la naturaleza y a nuestra consciencia.
En el mundo real vemos una copa de cristal que cae de la mesa y se rompe contra el suelo en mil pedazos. La copa en la mesa es el pasado, y los cristales rotos en el suelo, el futuro. Si la flecha del tiempo fuese reversible podríamos lanzar un grupo de cristales al suelo y ver como se recomponen formando una copa. Pero esto no ocurre en la realidad. Por tanto la flecha del tiempo tiene una dirección clara. ¿Por qué?

El físico Stephen Hawking distingue tres flechas del tiempo diferentes y argumenta, utilizando el principio antrópico desde un nuevo enfoque, que sólo en un universo en el que todas apunten en la misma dirección sería posible la existencia de seres inteligentes que se realizaran la pregunta de por qué estas flechas apuntan en idéntica dirección.

La primera es la denominada flecha del tiempo termodinámica, y está basada en la Segunda Ley de la Termodinámica.
Esta ley postula que la entropía de cualquier sistema aislado tiende a aumentar, es decir, cualquier suceso que ocurra en el sistema implica un aumento de entropía. La entropía, a grosso modo, podemos considerarla como el desorden de un sistema, una medida de su homogeneidad, de la distribución aleatoria de sus elementos.
El Universo tiende a maximizar la entropía, a distribuir uniformemente la energía. Por ejemplo, si ponemos en contacto dos trozos de metal, uno caliente y uno frío, el caliente se enfriará y el frío se calentará hasta llegar al equilibrio térmico, es decir, los dos con la misma temperatura. La energía (en forma de calor) se ha distribuido uniformemente, formando un sistema más desordenado. Al principio estaban las partículas con más energía (más calientes) en un lado (el metal caliente) y las que tenían menos energía en el otro (el metal frío), era un sistema ordenado, pero al juntarlos la energía se ha distribuido entre los dos metales, quedando un sistema más homogéneo, más desordenado.
Otro ejemplo sería el de la copa de vidrio: unos trozos de cristal en el suelo forman un sistema más desordenado que unidos formando una copa. Que el desorden o entropía aumenta con el tiempo es algo que puedes comprobar fácilmente dejando de limpiar tu casa durante unos meses.

Al final no es más que una cuestión de probabilidad, pues existen muchos más estados desordenados que ordenados. Imaginad que tenemos un vaso de leche (bolitas azules) y uno de café (bolitas rojas). Si los vertimos en un tercer vaso las partículas de leche y café se distribuirán uniformemente en el nuevo recipiente formando un líquido mezclado (el famoso café con leche). Existe una probabilidad de que todas las partículas de leche queden a un lado y las de café a otro, pero es tan pequeña que el tiempo que habría que esperar para que se diera esa situación sería superior a la edad del universo.

Pues bien, la flecha termodinámica indica que percibimos que el tiempo fluye en la misma dirección en la que aumenta la entropía. Si viviéramos en un universo en el que la entropía disminuye con el tiempo, sería posible lanzar unos pedazos de cristal al suelo y que éstos se recompusieran formando una copa, o veríamos nuestra casa cada vez más limpia y ordenada sin que nosotros moviéramos ni un dedo. Una vez más, esto no ocurre en el mundo en que vivimos.

Las otras dos flechas están estrechamente ligadas a la termodinámica, y en última instancia podrían reducirse a ella, pero tienen algunos aspectos que nos hacen considerarlas separadamente.

La segunda flecha es la psicológica, y tiene que ver con la memoria. Es debida a que percibimos los sucesos y los registramos en la memoria, y esos sucesos pasan a configurar el pasado, mientras que los hechos futuros no los podemos registrar. Así, esta flecha psicológica es aquella por la cual recordamos el pasado y no el futuro. Nuestra memoria está configurada para recordar los hechos vividos y percibir el transcurso del tiempo como un recorrido hacia delante, hacia el futuro.

La tercera y última es la flecha del tiempo cosmológica. Está relacionada con la teoría del Big Bang, según la cual el universo se está expandiendo. Esta teoría supone que hace unos 14.700 millones de años (casi nada), toda la materia y la energía estaban concentradas en un pequeño volumen extraordinariamente caliente y denso. Entonces ocurrió el gran estallido, el Big Bang, y la materia comenzó a expandirse y enfriarse, y no ha dejado de hacerlo desde entonces.
Efectivamente, está más que comprobado que en el universo todo se está alejando de todo, las estrellas y galaxias observadas cada vez están más lejos, y cada vez se alejan más rápido. El universo crece continuamente, se expande, como la superficie de un globo: a medida que lo hinchamos cualquier punto del globo se está alejando del resto.
La flecha cosmológica indica que el tiempo transcurre en la dirección en la que el universo se está expandiendo.

En resumen: percibimos que el tiempo fluye en la dirección en la que aumenta la entropía, en la que se expande el universo y en la que nuestro cerebro registra sucesos del pasado y no del futuro. Y esa dirección es la misma en los tres casos.

¿Qué ocurriría si el universo dejara de expandirse y comenzara a contraerse? ¿Veríamos copas rotas recomponiéndose? ¿O tortillas convirtiéndose en huevos? ¿Nuestras casas estarían cada vez más limpias y ordenadas sin necesidad de nuestra intervención?
Lo cierto es que parece altamente improbable, y suena más a ciencia-ficción que a otra cosa. Y aún tendremos que esperar mucho, pero mucho tiempo, para poder responder a esas preguntas.

Como hemos visto el tiempo es unidimensional, una línea, una flecha que viaja hacia delante a un ritmo personal e individual. Einstein demostró que cada uno de nosotros tiene una línea temporal que depende de la velocidad de nuestro movimiento.
Siendo así, alguien podría viajar a una velocidad tan alta que su tiempo se contrajera mucho, y podría viajar al futuro. Ojo, no a su futuro, pero sí al de los demás.
Según la relatividad, si alguien pudiera viajar al espacio en un cohete a velocidades cercanas a la de la luz durante, digamos un año, al volver, puesto que su tiempo ha transcurrido de forma más lenta que en el planeta, estaría viajando a nuestro futuro, es decir, aquí habría pasado más tiempo que en su cohete. El problema aquí radica en conseguir un medio de transporte que viaje a dicha velocidad, ya que técnicamente hoy por hoy es imposible. Ni de cerca.

¿Y que hay del viaje hacia atrás, hacia el pasado?
La relatividad predice que nada puede viajar más rápido que la luz, pero existe una hipótesis - en caso de que la relatividad fuese incorrecta en ese punto, cosa que no parece probable - según la cual viajar al pasado sería posible si pudiéramos superar la velocidad de la luz.
Si el tiempo se va ralentizando a medida que ganamos velocidad, cabe suponer que al alcanzar la velocidad de la luz el tiempo se detiene. Los fotones, las partículas de la luz, serían intemporales. Por consiguiente, si conseguimos ir más rápido que la luz, el tiempo se revertiría, es decir, viajaríamos al pasado. Sería posible partir en un cohete que viajara a una velocidad superior a la de la luz, y volver antes del despegue. Una idea muy extraña y antinatural, llena de paradojas temporales, pero sin duda una idea muy atractiva.
Si fuera posible, ¿cuántos de nosotros volveríamos atrás en el tiempo para cambiar algo que dijimos o hicimos?
Seguramente todos.
No es necesario que sea algo trascendental, si pensáis un momento recordaréis con facilidad alguna situación en la que cambiaríais algunas palabras pronunciadas por otras más adecuadas, o incluso por un silencio.
Desgraciadamente la flecha del tiempo viaja hacia delante, es una propiedad intrínseca en la propia naturaleza de nuestro universo, y, al menos hasta lo que sabemos hoy en día, es una propiedad inviolable.
Así que ya sabéis, pensad bien lo que decís y lo que hacéis, pues todo apunta a que la flecha del tiempo es irreversible. No se pueden deshacer los hechos consumados, ni desdecir las palabras pronunciadas, incluso las palabras escritas, pues aunque las borremos, una vez han sido leídas ya no se pueden eliminar.