martes, 9 de marzo de 2010

Temporal de nieve en Barcelona


Para bien o para mal, las cosas suelen acabar siendo diferentes a lo que uno esperaba. Y en el caso de las previsiones del tiempo esto se cumple siempre.
La meteorología es la ciencia que estudia, entre otros, los fenómenos ocurridos en la atmósfera y las leyes que los rigen. En teoría, el conocimiento de estas leyes debe servir para hacer previsiones sobre el tiempo, y de hecho la fiabilidad de esta ciencia ha logrado importantes avances en los últimos años, causados por la mejora tecnológica de las herramientas e instrumentos utilizados. Sin embargo, la complejidad de elementos que interactúan en la atmósfera hace que algunos fenómenos sean prácticamente impredecibles. En la evolución de la atmósfera influyen innumerables factores, y el mínimo cambio en uno de ellos puede tirar por tierra las predicciones efectuadas. Los propios meteorólogos afirman que cualquier predicción del tiempo más allá de dos días puede resultar “inexacta”. Lo que no dicen es que incluso a cuatro o cinco horas vista, un factor inesperado puede alterar considerablemente las previsiones. No quiero quitar méritos a esta ciencia, que lo cierto es que goza de un alto porcentaje de acierto, pero aunque ayer se dieron varias alertas por fuertes lluvias y nieve a determinada altitud, el temporal de nieve fue bastante mayor de lo esperado, lo que nos demuestra que queda un largo recorrido hasta conseguir que la meteorología sea una ciencia exacta y cien por cien fiable, si es que es posible que alguna vez lo sea.

El lunes 8 de marzo amaneció muy nublado. Las previsiones hablaban de intensas lluvias en buena parte del litoral catalán. En Cornellà de Llobregat, donde se encuentra el polígono en el que trabajo, la mañana transcurrió con ligeras lluvias, pero constantes.
A mediodía éstas se hicieron algo más fuertes, pero aún poco preocupantes, y yo todavía confiaba en que quizá la tormenta amainaría, e incluso podría volver a casa sin necesidad de utilizar el chubasquero de la moto.
Después de comer la situación empeoró ligeramente y aparecieron los primeros copos de nieve, aunque sin llegar a cuajar. Afortunados los que plegaban a las tres, que pudieron volver sin problema alguno, y observaron el temporal desde el sofá de sus hogares.
A las cuatro de la tarde la nieve empezó a cuajar, y en pocos minutos el paisaje que divisábamos a través de las ventanas de la oficina se volvió completamente blanco. Entonces comprendí que no podía volver a casa en moto, y el transporte público se convirtió en la única alternativa posible.
Cerca de las cinco, cuando la nevada se hizo intensa de verdad, como hacía muchos años que no se veía en Barcelona, decidimos no esperar a las seis y marcharnos enseguida a casa, pues el riesgo de quedarnos atrapados en el polígono empezaba a ser una realidad. El resto de naves del polígono también estaban siendo desalojadas, y en el ambiente se respiraba cierto nerviosismo. La carretera empezaba a estar impracticable, las ruedas de los coches patinaban y no se distinguían los carriles.
Cada uno de nosotros pasó su odisea particular en el camino de regreso a casa: algunos tuvieron que dejar el coche a medio trayecto y volver caminando, algunos pasaron horas en el coche por las retenciones en el tráfico, y otros sufrimos las consecuencias de la masificación en el transporte público. En mi caso fue el ferrocarril y el metro. En ambos se generó un pequeño caos, una gran acumulación de gente, todos corriendo y con síntomas de desesperación. En Plaza España, el transbordo al metro fue un suplicio: colas, empujones y quejas. El viaje se me hizo eterno, el vagón parecía a punto de estallar, unos apretados contra otros, y sin apenas poder movernos.
Ya en casa, viendo las noticias, me di cuenta que nuestra experiencia, comparada con lo que estaban pasando otras personas, no pasaba de una simple anécdota, y ciertamente podría haber sido peor. Pero en todo caso quedó demostrado que no estamos preparados para una cosa así.

La nevada de ayer, que tampoco es que fuera una exageración, ni en volumen ni en duración, provocó un caos en la ciudad de Barcelona y alrededores: cortes en las líneas eléctricas, carreteras cerradas, accidentes de tráfico, gente atrapada en sus coches durante horas, averías en algunos transportes públicos y colapso en otros…
Cosas como esta no hacen sino recordarnos lo vulnerables que somos a las inclemencias climáticas de nuestro planeta. La Naturaleza es caprichosa, y de vez en cuando nos ofrece muestras de su poder. Un poder sobrecogedor, que nos empequeñece y nos hace ver la cruda realidad: que no somos más que una minúscula e insignificante gota de agua en el vasto océano del Universo.


"Fotos cedidas por Cristina López, Jaime Lafuente y Rosa Jurado."

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